La niebla se había apoderado de la ciudad. Lenta y solemne, una nube decidió descender del cielo a la tierra. Lo había avisado el mago meteo. Pero nadie le hacía caso, porque además de mago, era muy feo.
Los jóvenes más valientes de la ciudad salieron de sus casas a gritar. Gritaban y gritaban, incluso aún gritaron más. Pero la nube no se quería ir. Los niños, observadores y curiosos, preguntaban a sus mayores porqué se respiraba esa inquietud en el ambiente.
Los obispos de aquella ciudad, orondos como el grueso de las altas esferas clericales, recordaban a quienes le quisieran escuchar que el fin del mundo estaba por llegar. Qué sólo quedaba rezar, pues el cielo había decidido desplomarse sobre sus cabezas. Instaba al arrepentimiento y a la asunción de sus dogmas intelectuales. Muchos, que jamás habían pisado el templo, se acercaron a rezar.
Las autoridades del lugar no sabían cómo actuar. No escuchar al mago meteo era parte de su programa electoral. Llamaron a las universidades. Nadie estaba allí. Los jóvenes gritaban en la calle para intentar espantar a la nube. Cantaban, bebían, y reían para no dejarse asustar.
Así transcurrió la noche. Rodeados de una extraña penumbra blanca, la ciudad volvió a la vida. Hubo quién se acerco al templo a rezar. Hubo quién gritó desde su balcón. Hubo quien se escondió y quién lloro. Hubo quién comenzó a andar, con la esperanza de escapar.
Todos sintieron el miedo y aquella extraña humedad. Fue una noche larga. La noche en la que más viva estuvo esta ciudad. Acaso fuera por la intranquilidad de no saber que pasaba y sobretodo, por la incertidumbre de no saber que iba a pasar.
El sol trajo la claridad, y poco a poco la niebla se empezó a retirar. Miles de expresiones de júbilo abarrotaron la ciudad. Los periódicos del clero contaron que el cielo se había apiadado gracias al rezo de los fieles. Los jóvenes dijeron que habían sido sus gritos los que espantaron aquella penumbra blanca. Las autoridades se felicitaban por haber conseguido otra vez la claridad.
Y al mago meteo nadie lo quiso escuchar. Él sabía que la niebla se iba a marchar. Pero disfrutó muchísimo viendo de los nervios a la ciudad. Se reía en su casa viendo aquellas escenas de barbaridad. Era su venganza, nadie le había querido escuchar. Porque era muy feo y porque, además, olía bastante mal. “Que se jodan” – Se dijo sin más. –“ ya verás tu lo que me río cuando llegué el huracán”
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