¿Hay alguien allí?

- ¿hay alguien ahi?

La pregunta no era retórica. La respuesta tal vez sí.

Allí sentada, en el borde del mundo de las hadas, sueña con encontrar alguien. Todos los días acude a despedir el día, a ver el cielo volverse rojo, a fijarse en como cambia el azul del mar. El sol, antes de irse, regala unos colores tan intensos que nuestra hada recarga sus energías así. Gracias a ese otro solitario, nuestra hada iba contando las eras. El sol, de día, es la única estrella en el cielo, y se pensará solo, abandonado, último. Nuestra hada se siente igual. Sabe que en alguna parte, en algún lugar, existen otras hadas. Pero nunca las ve.

Camina por el mundo y por sus mundos, repartiendo deseos e instantes de gracia. Camina haciendo bella la vida, haciendo sonreír a un niño que encuentra una moneda, o a esos amores viejos que se cruzan en cualquier calle principal. Camina y vuela por nuestro mundo buscando otras hadas con las que jugar.

Cuando regresa a su mundo, al mundo de las hadas, y se vuelve a sentar para despedir el sol como cualquier otro día, vuelve a preguntar. Está convencida que algún día alguien contestará.
Pero le preocupa lo del sol. Ese pobre solitario que en realidad no está solo, pero que nunca verá a sus compañeras. Le preocupa por que teme, de alguna forma, que su destino este ligado al astro rey. Dar calor y luz a los demás en la más absoluta soledad, sabiendo que en realidad, esa soledad es una estúpida apariencia. Eso sí, está convencida que algún día el sol conocerá, al menos, una estrella fugaz. Igual que sabe que algún día alguien le contestará.