domingo, 16 de septiembre de 2007

La brisa se cerró mi puerta.

Y una puerta cerró la brisa. Dentro, rincón hediondo de pensamientos inacabados, de ilusiones inconclusas, de sentimientos con sabor a tabaco. Fuera, reinas que toman las noches como suyas, dictadores que no aceptan un “mañana te pago”, barras de bar que conspiran contra todos mis planes. Dentro, un olor a fracaso a las finas hierbas, un litro de agua teñido de angustia y una tormenta encerrada en la última discusión. Fuera, estrellas de neón iluminando rostros tristemente alegres, sencillos que van de complejos, acomplejados que pretenden ser sencillos, héroes de hígado podrido.

La puerta la cerró la brisa. Marcó la frontera entre el mundo y mi mundo, entre ayer y el mañana. ¿Me dejó dentro o me empujó fuera? A solas con el tiempo. Rediseñaba sueños en vela, fletaba viajes a lugares en los que no estaré, resolvía ecuaciones disfrazadas de cuentas monetarias. Puse a hervir mis recuerdos. De cuando ella estaba. Ella forzaba la cerradura si el viento me encerraba.

Pero la brisa cerró una puerta. Fue la brisa. ¿Y quien no ha sido brisa? El frío, aliado de la soledad, empezó a vencerme. Notaba gélido el corazón, por más que acelerones artificiales me recordaban que seguía ahí. La brisa me la dejó fuera. Yo me deje llevar por la brisa. Recordé el día que quise ser como la brisa. Lo maldije. De acá para allá, acompañado de humedad, humedad en los ojos. Errante y desarraigado, cerrando puertas.

Y tras cada puerta que cerró la brisa, encontraba un peor fuera. Pero siempre el mismo dentro. Y el aire fresco casi nunca traía ilusiones, por que fuera iban quedando cada vez menos. Mi esperanza estaba en peligro de extinción. La brisa no hizo nada por mí.

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